La Madrugá en Sevilla es sin duda la noche más mágica del año para los cofrades. Y en la capital hispalense toma un papel principal, al procesionar algunas de las imágenes con más fervor y devoción, ya no solo en Sevilla, sino en otras partes de la geografía andaluza y española, como son Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, la Esperanza Macarena, la Esperanza de Triana o Nuestro Padre Jesús de la Salud (Los Gitanos). La Madrugá del Viernes Santo en Sevilla no es solo una noche de procesiones, es el momento cumbre de la Semana Santa, una manifestación única de fe, arte y tradición que paraliza la ciudad, no en vano, es en esta noche donde podemos ver los cortejos de nazarenos más numerosos, como los de la Macarena, El Gran Poder y la Esperanza de Triana. La espera de un año llega a su fin cuando Sevilla se sumerge en su madrugada más mágica, donde cada paso avanza con la solemnidad de la historia, el peso de la devoción y el alma de un pueblo que late al compás de la tradición.
En la penumbra de la madrugada del Viernes Santo, cuando la ciudad apenas duerme y el silencio se torna oración, Sevilla se convierte en un escenario único en el mundo. La Madrugá, como popularmente se conoce a esta noche, es el instante más esperado del año por miles de sevillanos y visitantes: una vigilia de fe, arte y emoción que permanece grabada en la memoria de quienes la viven.
El origen de la Madrugá se remonta a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, cuando diversas hermandades decidieron unir sus recorridos en las horas nocturnas del Viernes Santo. Desde entonces, esta noche se convirtió en tradición inquebrantable, en un rito colectivo en el que la ciudad se entrega por completo a su Semana Santa.
Son seis las hermandades que marcan este hito: El Silencio, la más antigua, que abre el cortejo con la austeridad que da nombre a la jornada; El Gran Poder, con su imponente Señor de Sevilla; La Macarena, con la Esperanza más universal, seguida por multitudes que claman su nombre entre lágrimas y saetas; La Esperanza de Triana, el otro gran pilar devocional que cruza el río para encontrarse con su barrio y con la ciudad entera; Los Gitanos, con su Cristo de la Salud y la Virgen de las Angustias, llevando consigo la fuerza de un pueblo entero; y El Calvario, que con sobriedad y recogimiento completa la nómina, recordando la raíz más íntima de la Pasión.
La Madrugá no es solo una sucesión de cofradías, es un latido unánime. Es el encuentro entre el silencio roto por un rezo, la música de una marcha que acaricia el alma, o la voz desgarrada de una saeta que atraviesa la madrugada. Es también la resistencia del cuerpo y la entrega del corazón, porque quienes la viven saben que es la culminación del sentimiento cofrade, la esencia misma de Sevilla hecha procesión.
En la Madrugá, el tiempo se detiene. La ciudad late al compás de cirios y bambalinas, de túnicas moradas y verdes, de pasos que avanzan con la solemnidad de siglos de tradición. Y cuando amanece, Sevilla se sabe más unida, más consciente de su fe y de su historia, porque ha vuelto a vivir la noche más intensa del año.